«Todos sentíamos un gran compromiso moral, nadie marchó pese al peligro». El 11 de septiembre de 1973 el presidente Salvador Allende reúne a sus colaboradores en un momento de cese del fuego de los tanques que han estado disparando contra la sede del Gobierno. Se espera un ataque aéreo inminente por parte de los golpistas. El presidente pide a sus colaboradores que aquellos que no puedan defenderse abandonen el palacio presidencial. «Nadie se fue. Todos nos quedamos». La palabra valor se queda pequeña para definir esta decisión. «Preferíamos morir a traicionar. La integridad ética que emanaba del comportamiento del presidente era tal que todos decidimos quedarnos a su lado. Así éramos todos, así era yo, así el presidente, así eran mis amigos». Esto es política. Política en defensa del pueblo, de la dignidad de un gobierno democrático avasallado por los traidores que protagonizaban un golpe de estado. No lo olvidemos nunca.

Estos últimos meses, hablando con tantos y tantos de vosotros a pie de calle, me habéis transmitido una concepción que, en resumen, viene a ser así: los partidos políticos se han convertido en aparatos burocráticos donde unos pocos –que no han trabajado nunca en el sector privado– se reparten los cargos y las prebendas. ¿Es completamente cierto eso? No. Sin embargo, ¿hay algo de verdad en esta afirmación? En mi sincera opinión, sí.

Y por ello quiero hablaros claramente, mirándoos a los ojos. Yo no estoy en política ni para ‘forrarme’, ni para ‘hacer carrera’, ni por ambición personal, ni por vanidad. Tampoco me he metido en esto para acusar a los que no están de acuerdo conmigo de formar parte de una mafia, ni para utilizar un sistema judicial –en el que no creen– para intentar destruir reputaciones. Nunca lo haría, nunca caería tan bajo.

Mucha gente me ha dicho: «Pero tú, ¿por qué te metes en esto?». Algunos me lo dicen con simpatía y con una cierta lógica. Teniendo en cuenta que tengo un trabajo profesional con el que me gano la vida, con hijas pequeñas, con una vida familiar, etc.

Pues, con el corazón en la mano, quiero ser alcalde porque «m’estimo» Tarragona. Os sonará muy naif, otros no me creerán o pensarán que es una frase bonita para quedar bien y tal. Los que me conocen saben que digo la verdad. Sí, quiero ser alcalde de todos y todas porque estoy convencido de que Tarragona merece más. Yo sé lo que es levantarse temprano, ganarse la vida trabajando duro sin que nadie te regale nada, lo que cuesta ser autónomo, las miradas despectivas cuando te identificas como hijo de un barrio obrero de Tarragona o cuando en Barcelona te dicen «tu ets de comarques» con una sonrisita burlona. No me lo han explicado, ni lo he leído; lo he vivido en carne propia.Yo no estoy en política para ‘forrarme’, ni para ‘hacer carrera’, ni por ambición personal. Tampoco para acusar a los que no están de acuerdo conmigo de formar parte de una mafia

Y, sí, creo que se puede mejorar y mucho la eficacia de los servicios municipales del ayuntamiento con los recursos que tenemos y que podemos ganar. Sí, creo que Tarragona merece mucho más y también creo que eso empieza porque en los centros de decisión de Barcelona y Madrid reconozcan la autoridad política del alcalde de Tarragona –algo que ahora no pasa–. Y sí, quiero ser alcalde no para sacarme los problemas de encima, sino para afrontarlos y liderar las soluciones y por ello ya he anunciado que me encargaré directamente de los temas relacionados con la seguridad (que, realmente, existen). Mirar hacia otro lado e ignorar las dificultades, como hace la suma de Gobierno del señor Ricomà, no sirve de nada.

No pido –ni quiero– fe ciega en nada, pero sí que os pido vuestra confianza. Una confianza basada en un contrato ético. Creedme, con las ideas claras y la determinación para llevarlas a buen puerto se puede mejorar y mucho.

Por ello el primer compromiso que asumo con vosotros es el de la integridad moral de lo que entiendo, exige, ser alcalde de Tarragona. A quien se atreva a poner la mano en la caja le caerá un hacha, más claro no lo puedo decir. Porque lo que ha hecho grande a Tarragona no ha sido, por decir algo, un modelo urbanístico puntual, sino el compromiso ético de los tarraconenses que nos han precedido y que han preferido siempre luchar antes que rendirse o renunciar. Y cuando te quedas sabiendo que las bombas están a punto de caer sobre el lugar donde te encuentras, pero no huyes, es cuando entiendes lo que significa ser alcalde de una ciudad que ha sido y continuará siendo un crisol de libertad en el conjunto del Mediterráneo. Creedme, es posible. Hacedme confianza, la Tarragona que sueño será imparable…

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